Las mujeres y el dinero

Más allá de los estereotipos de la economía doméstica y la adicta a las compras.

Una mujer debe ser dos cosas: quien ella quiera y lo que ella quiera. 
Coco Chanel

Hoy, hablar de igualdad de género y el empoderamiento económico de la mujer está de moda. Sin embargo, los datos no logran mostrar un avance en términos de paridad de acceso a los recursos económicos, sociales y políticos. El vínculo de las mujeres con el dinero sigue siendo un tema que escapa a la discusión profunda, y los estereotipos de la “buena mujer” la muestran estirando cada peso que entra al hogar para hacerlo rendir al máximo, de manera eficiente y como una sabia economista que sigue los legados de Doña Petrona o Utilísima. Al mismo tiempo, a la que gana su propio dinero, el estereotipo de “mujer independiente” la muestra, aún hoy, al igual que en los noventa: despilfarrándolo en ofertas y descuentos de peluquería, ropa, cosméticos, o cualquier chuchería que aparezca ante sus ojos. 

Sin embargo, como decía la sabia Coco Chanel, el empoderamiento de la mujer es poder elegir quién quiere ser, es decir, qué quiere para sí misma más allá de estereotipos y mandatos. Y eso sólo es posible cuando existe la autonomía económica. 

Pero… ¿por qué es tan difícil para las mujeres lograr esta independencia?

La igualdad de género en la agenda actual

El desarrollo sustentable implica no dejar a nadie fuera ni a nadie atrás. Es una premisa indispensable para lograr un mundo más próspero, que dé oportunidades de desarrollo a cada habitante —independientemente de su origen, género, religión o condición social—, mientras se cuidan los recursos y se protege el medioambiente. 

Por tal motivo, uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible  de la ONU —a los que adhieren muchísimas organizaciones a nivel mundial— es la igualdad de género, que, si bien varía de cultura en cultura y de país en país, es uno de los principales desafíos globales en términos de discriminación en el acceso al poder económico, social y político. 

Los sesgos de género, al estar estructuralmente tan arraigados en todos los ámbitos a través de los siglos, son difíciles de remover, y, para impulsarlos, exigen no sólo acciones a nivel de los gobiernos, sino también el compromiso de la sociedad civil en su totalidad. 

En estos últimos años, mucho se viene trabajando en la eliminación de toda forma de violencia contra la mujer —cuestión indispensable y urgente—, pero también es fundamental poner en primer plano el rol de las mujeres en el acceso a los recursos económicos, y, especialmente, a los financieros

En tanto la participación de las mujeres siga siendo minoritaria en los servicios financieros, tanto en el rol de usuaria como en las mesas de decisión (según Bloomberg, la participación de las mujeres en la administración de fondos y como CEOs de bancos en Estados Unidos no alcanza el 10%, cuestión que se repite en el sector de tecnofinanzas), el crecimiento económico se verá inexorablemente afectado. 

El avance necesario

La posibilidad de acceder a servicios financieros es lo que garantiza que las personas puedan invertir en su desarrollo personal y familiar, y también en la creación y crecimiento de negocios y empresas. Según el Banco Mundial, el desafío es aún muy grande, ya que el 42% de las mujeres (alrededor de 1100 millones de los 2000 millones que no acceden a servicios financieros básicos) está fuera del sistema financiero formal, no posee una cuenta bancaria ni tiene acceso a otras herramientas básicas para administrar su dinero.

La falta de acceso a servicios financieros hace que sea más difícil para las mujeres desarrollar sus proyectos personales y decidir sobre su presente y futuro, lo cual contribuye a un círculo perverso en el que esta independencia económica limitada pone en jaque su autoestima y la posibilidad de toma de decisiones en otros ámbitos, como por ejemplo, la salida de situaciones de violencia intrafamiliar, que requiere del logro de autonomía económica y financiera de la víctima, más allá de las ayudas que provea el estado y la sociedad civil. 

La falta financiamiento también pone en jaque la actividad económica creada y liderada por mujeres. Si bien, en países en desarrollo como Argentina, el Banco Mundial señala que las mujeres son dueñas de un porcentaje significativo de PyMEs, más del 70% no tiene acceso a instituciones financieras o no cuenta con servicios financieros que se adapten a sus necesidades. 

Además de ser un tema de derechos humanos, la plena participación de la mujer en la actividad económica y el acceso a los servicios financieros contribuyen significativamente a una sociedad más próspera. Según un estudio realizado por la Universidad de Harvard, las mujeres tienden a invertir un porcentaje significativamente mayor de su dinero en educación, atención de salud y bienestar de los niños, lo cual impacta de manera directa en la calidad de vida y el desarrollo social de las sociedades. Por otro lado, la participación de las mujeres en directorios genera mayor valor a las compañías y, en este caso en particular, puede favorecer el desarrollo de productos más adaptados a este segmento.

Sin embargo, más allá de los argumentos que podamos esgrimir desde lo que es justo o de lo que es conveniente y redituable, lograr cerrar las brechas financieras requiere de varios tipos de acciones a la vez. Y este camino parace ser bastante empinado y resbaladizo.

¿Cómo lograr una mayor inclusión financiera?

Por un lado, es fundamental contar con datos sólidos con perspectiva de género en el sector financiero tradicional y en el de las “fintech” para ir detectando los principales problemas y monitorear el impacto de las acciones que se realicen para impulsar el cambio.

Los gobiernos y organismos multilaterales tienen un rol crítico al colocar este objetivo al tope de las agendas, con acciones concretas y fondos destinados a impulsar el acceso a servicios financieros, especialmente en lo que hace a emprendedoras y PyMEs propiedad de mujeres.

La banca privada también es un actor central que puede pensar en las mujeres, no sólo como consumidoras de bienes y servicios, sino también como generadoras de riqueza a través de sus actividades económicas.

Pero es fundamental comprender que el cambio empieza por transformaciones profundas de nuestra manera de ver el mundo y de vernos a nosotros mismos y a los demás como personas. Esto implica revisar aquellas cuestiones que consideramos obvias, que creemos que fueron siempre así, para entender que estamos atravesando una transición. 

Como señala Clara Coria en varios de sus estudios, el dinero no es neutro. Por lo tanto, cuando intentamos modificar el acceso al dinero, estamos hablando de modificar las relaciones de poder. Y el dinero en nuestra sociedad es un recurso privilegiado, cuya administración sigue estando mayormente en manos de los hombres. 

Coria diferencia la independencia económica que las mujeres han podido alcanzar (entendida con poder ganar y disponer de dinero) con la autonomía (que apunta al control y administración del mismo). Así, por ejemplo, el poder gastar a discreción con una tarjeta de crédito no otorga poder a una mujer sobre sus decisiones, en tanto sea un adicional del titular, que es quien tiene la información y el control de la cuenta. Tampoco, cuando no han visto (o no saben) dónde se guardan las acciones o administran las propiedades que son parte de la sociedad conyugal, en la que los bienes gananciales son 50% de cada cónyuge —salvo acuerdo pre-nupcial—; o cuando no se ocupan del dinero que las empresas que crearon producen, delegando sin control ni seguimiento esta función en su pareja o en una “persona de confianza”. Muchas mujeres sienten que ejercen el control del dinero porque administran los gastos y el sueldo de la pareja, para que cubra las necesidades del grupo familiar. En ninguno de estos casos el dinero es instrumento para poder desarrollar quién queremos ser ni otorga autonomía en la toma de decisiones.  

Culturamente, el discurso dominante, aún en mujeres que han llegado a desarrollar carreras profesionales de alta responsabilidad o crear grandes empresas, es de agradecimiento a sus parejas, quienes les han permitido hacerlo, que les han dado lugar a que trabajen. Esto implica que sigue intacto y latente en cada uno de nosotros que el dinero es patrimonio legítimo del varón y que su carga de “vil metal”, como señala Coria, va contra los rasgos insconscientes de lo femenino con los que fuimos formados: la imagen materna positiva que gira en torno a la entrega y al complacer al otro incondicionalmente. 

Cuestionar estos mandatos, trabajar sobre estos condicionantes inconscientes que nos atraviesan es fundamental para para construir un mundo más inclusivo. Sin este trabajo sobre nosotros mismos, es difícil que las iniciativas en pos de una mayor paridad financiera logren sus objetivos. 

Sin remover las dificultades en el manejo del dinero que arraigan en lo más profundo de lo identitario, las mujeres seguirán contribuyendo de manera no intencional a su propia marginación económica: una marginación que atraviesa los diferentes estamentos sociales y culturales de diversa manera, pero que igualmente impactan en la posibilidad de autonomía.

Por eso, es fundamental que, más allá de crear políticas y servicios financieros con perspectiva de género, se generen espacios de formación y sensibilización en los que podamos construir nuevas formas de subjetividad, nuevas formas de relacionamiento social basadas en la profunda convicción de que vale la pena construir un mundo que no deje a nadie afuera, a nadie atrás, y que esta tarea empieza por nosotros mismos. Como protagonistas de nuestro propio cambio. Como artífices de una sociedad más justa.

TAGS: Banca Women, empoderamiento, sensibilización, perspectiva de género, finanzas personales, economía, tendencias, igualdad de género, bancos, bancarización, Objetivos de Desarrollo Sostenible, ONU

POR: Laura Gaidulewicz
Especialista en desarrollo organizacional y formación de negocios, desde el año 2000 investiga y promueve el liderazgo responsable de las organizaciones y el desarrollo sustentable. Directora de Binden Group, una organización que trabaja con emprendedores y empresarios para crear, profesionalizar, desarrollar y liderar negocios sustentables. Comprometida con la igualdad de género, estudia y trabaja desde el 2010 en el empoderamiento económico de la mujer. 
 

Las mujeres y el dinero

Más allá de los estereotipos de la economía doméstica y la adicta a las compras.

Una mujer debe ser dos cosas: quien ella quiera y lo que ella quiera. 
Coco Chanel

Hoy, hablar de igualdad de género y el empoderamiento económico de la mujer está de moda. Sin embargo, los datos no logran mostrar un avance en términos de paridad de acceso a los recursos económicos, sociales y políticos. El vínculo de las mujeres con el dinero sigue siendo un tema que escapa a la discusión profunda, y los estereotipos de la “buena mujer” la muestran estirando cada peso que entra al hogar para hacerlo rendir al máximo, de manera eficiente y como una sabia economista que sigue los legados de Doña Petrona o Utilísima. Al mismo tiempo, a la que gana su propio dinero, el estereotipo de “mujer independiente” la muestra, aún hoy, al igual que en los noventa: despilfarrándolo en ofertas y descuentos de peluquería, ropa, cosméticos, o cualquier chuchería que aparezca ante sus ojos. 

Sin embargo, como decía la sabia Coco Chanel, el empoderamiento de la mujer es poder elegir quién quiere ser, es decir, qué quiere para sí misma más allá de estereotipos y mandatos. Y eso sólo es posible cuando existe la autonomía económica. 

Pero… ¿por qué es tan difícil para las mujeres lograr esta independencia?

La igualdad de género en la agenda actual

El desarrollo sustentable implica no dejar a nadie fuera ni a nadie atrás. Es una premisa indispensable para lograr un mundo más próspero, que dé oportunidades de desarrollo a cada habitante —independientemente de su origen, género, religión o condición social—, mientras se cuidan los recursos y se protege el medioambiente. 

Por tal motivo, uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible  de la ONU —a los que adhieren muchísimas organizaciones a nivel mundial— es la igualdad de género, que, si bien varía de cultura en cultura y de país en país, es uno de los principales desafíos globales en términos de discriminación en el acceso al poder económico, social y político. 

Los sesgos de género, al estar estructuralmente tan arraigados en todos los ámbitos a través de los siglos, son difíciles de remover, y, para impulsarlos, exigen no sólo acciones a nivel de los gobiernos, sino también el compromiso de la sociedad civil en su totalidad. 

En estos últimos años, mucho se viene trabajando en la eliminación de toda forma de violencia contra la mujer —cuestión indispensable y urgente—, pero también es fundamental poner en primer plano el rol de las mujeres en el acceso a los recursos económicos, y, especialmente, a los financieros

En tanto la participación de las mujeres siga siendo minoritaria en los servicios financieros, tanto en el rol de usuaria como en las mesas de decisión (según Bloomberg, la participación de las mujeres en la administración de fondos y como CEOs de bancos en Estados Unidos no alcanza el 10%, cuestión que se repite en el sector de tecnofinanzas), el crecimiento económico se verá inexorablemente afectado. 

El avance necesario

La posibilidad de acceder a servicios financieros es lo que garantiza que las personas puedan invertir en su desarrollo personal y familiar, y también en la creación y crecimiento de negocios y empresas. Según el Banco Mundial, el desafío es aún muy grande, ya que el 42% de las mujeres (alrededor de 1100 millones de los 2000 millones que no acceden a servicios financieros básicos) está fuera del sistema financiero formal, no posee una cuenta bancaria ni tiene acceso a otras herramientas básicas para administrar su dinero.

La falta de acceso a servicios financieros hace que sea más difícil para las mujeres desarrollar sus proyectos personales y decidir sobre su presente y futuro, lo cual contribuye a un círculo perverso en el que esta independencia económica limitada pone en jaque su autoestima y la posibilidad de toma de decisiones en otros ámbitos, como por ejemplo, la salida de situaciones de violencia intrafamiliar, que requiere del logro de autonomía económica y financiera de la víctima, más allá de las ayudas que provea el estado y la sociedad civil. 

La falta financiamiento también pone en jaque la actividad económica creada y liderada por mujeres. Si bien, en países en desarrollo como Argentina, el Banco Mundial señala que las mujeres son dueñas de un porcentaje significativo de PyMEs, más del 70% no tiene acceso a instituciones financieras o no cuenta con servicios financieros que se adapten a sus necesidades. 

Además de ser un tema de derechos humanos, la plena participación de la mujer en la actividad económica y el acceso a los servicios financieros contribuyen significativamente a una sociedad más próspera. Según un estudio realizado por la Universidad de Harvard, las mujeres tienden a invertir un porcentaje significativamente mayor de su dinero en educación, atención de salud y bienestar de los niños, lo cual impacta de manera directa en la calidad de vida y el desarrollo social de las sociedades. Por otro lado, la participación de las mujeres en directorios genera mayor valor a las compañías y, en este caso en particular, puede favorecer el desarrollo de productos más adaptados a este segmento.

Sin embargo, más allá de los argumentos que podamos esgrimir desde lo que es justo o de lo que es conveniente y redituable, lograr cerrar las brechas financieras requiere de varios tipos de acciones a la vez. Y este camino parace ser bastante empinado y resbaladizo.

¿Cómo lograr una mayor inclusión financiera?

Por un lado, es fundamental contar con datos sólidos con perspectiva de género en el sector financiero tradicional y en el de las “fintech” para ir detectando los principales problemas y monitorear el impacto de las acciones que se realicen para impulsar el cambio.

Los gobiernos y organismos multilaterales tienen un rol crítico al colocar este objetivo al tope de las agendas, con acciones concretas y fondos destinados a impulsar el acceso a servicios financieros, especialmente en lo que hace a emprendedoras y PyMEs propiedad de mujeres.

La banca privada también es un actor central que puede pensar en las mujeres, no sólo como consumidoras de bienes y servicios, sino también como generadoras de riqueza a través de sus actividades económicas.

Pero es fundamental comprender que el cambio empieza por transformaciones profundas de nuestra manera de ver el mundo y de vernos a nosotros mismos y a los demás como personas. Esto implica revisar aquellas cuestiones que consideramos obvias, que creemos que fueron siempre así, para entender que estamos atravesando una transición. 

Como señala Clara Coria en varios de sus estudios, el dinero no es neutro. Por lo tanto, cuando intentamos modificar el acceso al dinero, estamos hablando de modificar las relaciones de poder. Y el dinero en nuestra sociedad es un recurso privilegiado, cuya administración sigue estando mayormente en manos de los hombres. 

Coria diferencia la independencia económica que las mujeres han podido alcanzar (entendida con poder ganar y disponer de dinero) con la autonomía (que apunta al control y administración del mismo). Así, por ejemplo, el poder gastar a discreción con una tarjeta de crédito no otorga poder a una mujer sobre sus decisiones, en tanto sea un adicional del titular, que es quien tiene la información y el control de la cuenta. Tampoco, cuando no han visto (o no saben) dónde se guardan las acciones o administran las propiedades que son parte de la sociedad conyugal, en la que los bienes gananciales son 50% de cada cónyuge —salvo acuerdo pre-nupcial—; o cuando no se ocupan del dinero que las empresas que crearon producen, delegando sin control ni seguimiento esta función en su pareja o en una “persona de confianza”. Muchas mujeres sienten que ejercen el control del dinero porque administran los gastos y el sueldo de la pareja, para que cubra las necesidades del grupo familiar. En ninguno de estos casos el dinero es instrumento para poder desarrollar quién queremos ser ni otorga autonomía en la toma de decisiones.  

Culturamente, el discurso dominante, aún en mujeres que han llegado a desarrollar carreras profesionales de alta responsabilidad o crear grandes empresas, es de agradecimiento a sus parejas, quienes les han permitido hacerlo, que les han dado lugar a que trabajen. Esto implica que sigue intacto y latente en cada uno de nosotros que el dinero es patrimonio legítimo del varón y que su carga de “vil metal”, como señala Coria, va contra los rasgos insconscientes de lo femenino con los que fuimos formados: la imagen materna positiva que gira en torno a la entrega y al complacer al otro incondicionalmente. 

Cuestionar estos mandatos, trabajar sobre estos condicionantes inconscientes que nos atraviesan es fundamental para para construir un mundo más inclusivo. Sin este trabajo sobre nosotros mismos, es difícil que las iniciativas en pos de una mayor paridad financiera logren sus objetivos. 

Sin remover las dificultades en el manejo del dinero que arraigan en lo más profundo de lo identitario, las mujeres seguirán contribuyendo de manera no intencional a su propia marginación económica: una marginación que atraviesa los diferentes estamentos sociales y culturales de diversa manera, pero que igualmente impactan en la posibilidad de autonomía.

Por eso, es fundamental que, más allá de crear políticas y servicios financieros con perspectiva de género, se generen espacios de formación y sensibilización en los que podamos construir nuevas formas de subjetividad, nuevas formas de relacionamiento social basadas en la profunda convicción de que vale la pena construir un mundo que no deje a nadie afuera, a nadie atrás, y que esta tarea empieza por nosotros mismos. Como protagonistas de nuestro propio cambio. Como artífices de una sociedad más justa.

TAGS: Banca Women, empoderamiento, sensibilización, perspectiva de género, finanzas personales, economía, tendencias, igualdad de género, bancos, bancarización, Objetivos de Desarrollo Sostenible, ONU

POR: Laura Gaidulewicz
Especialista en desarrollo organizacional y formación de negocios, desde el año 2000 investiga y promueve el liderazgo responsable de las organizaciones y el desarrollo sustentable. Directora de Binden Group, una organización que trabaja con emprendedores y empresarios para crear, profesionalizar, desarrollar y liderar negocios sustentables. Comprometida con la igualdad de género, estudia y trabaja desde el 2010 en el empoderamiento económico de la mujer. 
 

Las mujeres y el dinero

Más allá de los estereotipos de la economía doméstica y la adicta a las compras.

Una mujer debe ser dos cosas: quien ella quiera y lo que ella quiera. 
Coco Chanel

Hoy, hablar de igualdad de género y el empoderamiento económico de la mujer está de moda. Sin embargo, los datos no logran mostrar un avance en términos de paridad de acceso a los recursos económicos, sociales y políticos. El vínculo de las mujeres con el dinero sigue siendo un tema que escapa a la discusión profunda, y los estereotipos de la “buena mujer” la muestran estirando cada peso que entra al hogar para hacerlo rendir al máximo, de manera eficiente y como una sabia economista que sigue los legados de Doña Petrona o Utilísima. Al mismo tiempo, a la que gana su propio dinero, el estereotipo de “mujer independiente” la muestra, aún hoy, al igual que en los noventa: despilfarrándolo en ofertas y descuentos de peluquería, ropa, cosméticos, o cualquier chuchería que aparezca ante sus ojos. 

Sin embargo, como decía la sabia Coco Chanel, el empoderamiento de la mujer es poder elegir quién quiere ser, es decir, qué quiere para sí misma más allá de estereotipos y mandatos. Y eso sólo es posible cuando existe la autonomía económica. 

Pero… ¿por qué es tan difícil para las mujeres lograr esta independencia?

La igualdad de género en la agenda actual

El desarrollo sustentable implica no dejar a nadie fuera ni a nadie atrás. Es una premisa indispensable para lograr un mundo más próspero, que dé oportunidades de desarrollo a cada habitante —independientemente de su origen, género, religión o condición social—, mientras se cuidan los recursos y se protege el medioambiente. 

Por tal motivo, uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible  de la ONU —a los que adhieren muchísimas organizaciones a nivel mundial— es la igualdad de género, que, si bien varía de cultura en cultura y de país en país, es uno de los principales desafíos globales en términos de discriminación en el acceso al poder económico, social y político. 

Los sesgos de género, al estar estructuralmente tan arraigados en todos los ámbitos a través de los siglos, son difíciles de remover, y, para impulsarlos, exigen no sólo acciones a nivel de los gobiernos, sino también el compromiso de la sociedad civil en su totalidad. 

En estos últimos años, mucho se viene trabajando en la eliminación de toda forma de violencia contra la mujer —cuestión indispensable y urgente—, pero también es fundamental poner en primer plano el rol de las mujeres en el acceso a los recursos económicos, y, especialmente, a los financieros

En tanto la participación de las mujeres siga siendo minoritaria en los servicios financieros, tanto en el rol de usuaria como en las mesas de decisión (según Bloomberg, la participación de las mujeres en la administración de fondos y como CEOs de bancos en Estados Unidos no alcanza el 10%, cuestión que se repite en el sector de tecnofinanzas), el crecimiento económico se verá inexorablemente afectado. 

El avance necesario

La posibilidad de acceder a servicios financieros es lo que garantiza que las personas puedan invertir en su desarrollo personal y familiar, y también en la creación y crecimiento de negocios y empresas. Según el Banco Mundial, el desafío es aún muy grande, ya que el 42% de las mujeres (alrededor de 1100 millones de los 2000 millones que no acceden a servicios financieros básicos) está fuera del sistema financiero formal, no posee una cuenta bancaria ni tiene acceso a otras herramientas básicas para administrar su dinero.

La falta de acceso a servicios financieros hace que sea más difícil para las mujeres desarrollar sus proyectos personales y decidir sobre su presente y futuro, lo cual contribuye a un círculo perverso en el que esta independencia económica limitada pone en jaque su autoestima y la posibilidad de toma de decisiones en otros ámbitos, como por ejemplo, la salida de situaciones de violencia intrafamiliar, que requiere del logro de autonomía económica y financiera de la víctima, más allá de las ayudas que provea el estado y la sociedad civil. 

La falta financiamiento también pone en jaque la actividad económica creada y liderada por mujeres. Si bien, en países en desarrollo como Argentina, el Banco Mundial señala que las mujeres son dueñas de un porcentaje significativo de PyMEs, más del 70% no tiene acceso a instituciones financieras o no cuenta con servicios financieros que se adapten a sus necesidades. 

Además de ser un tema de derechos humanos, la plena participación de la mujer en la actividad económica y el acceso a los servicios financieros contribuyen significativamente a una sociedad más próspera. Según un estudio realizado por la Universidad de Harvard, las mujeres tienden a invertir un porcentaje significativamente mayor de su dinero en educación, atención de salud y bienestar de los niños, lo cual impacta de manera directa en la calidad de vida y el desarrollo social de las sociedades. Por otro lado, la participación de las mujeres en directorios genera mayor valor a las compañías y, en este caso en particular, puede favorecer el desarrollo de productos más adaptados a este segmento.

Sin embargo, más allá de los argumentos que podamos esgrimir desde lo que es justo o de lo que es conveniente y redituable, lograr cerrar las brechas financieras requiere de varios tipos de acciones a la vez. Y este camino parace ser bastante empinado y resbaladizo.

¿Cómo lograr una mayor inclusión financiera?

Por un lado, es fundamental contar con datos sólidos con perspectiva de género en el sector financiero tradicional y en el de las “fintech” para ir detectando los principales problemas y monitorear el impacto de las acciones que se realicen para impulsar el cambio.

Los gobiernos y organismos multilaterales tienen un rol crítico al colocar este objetivo al tope de las agendas, con acciones concretas y fondos destinados a impulsar el acceso a servicios financieros, especialmente en lo que hace a emprendedoras y PyMEs propiedad de mujeres.

La banca privada también es un actor central que puede pensar en las mujeres, no sólo como consumidoras de bienes y servicios, sino también como generadoras de riqueza a través de sus actividades económicas.

Pero es fundamental comprender que el cambio empieza por transformaciones profundas de nuestra manera de ver el mundo y de vernos a nosotros mismos y a los demás como personas. Esto implica revisar aquellas cuestiones que consideramos obvias, que creemos que fueron siempre así, para entender que estamos atravesando una transición. 

Como señala Clara Coria en varios de sus estudios, el dinero no es neutro. Por lo tanto, cuando intentamos modificar el acceso al dinero, estamos hablando de modificar las relaciones de poder. Y el dinero en nuestra sociedad es un recurso privilegiado, cuya administración sigue estando mayormente en manos de los hombres. 

Coria diferencia la independencia económica que las mujeres han podido alcanzar (entendida con poder ganar y disponer de dinero) con la autonomía (que apunta al control y administración del mismo). Así, por ejemplo, el poder gastar a discreción con una tarjeta de crédito no otorga poder a una mujer sobre sus decisiones, en tanto sea un adicional del titular, que es quien tiene la información y el control de la cuenta. Tampoco, cuando no han visto (o no saben) dónde se guardan las acciones o administran las propiedades que son parte de la sociedad conyugal, en la que los bienes gananciales son 50% de cada cónyuge —salvo acuerdo pre-nupcial—; o cuando no se ocupan del dinero que las empresas que crearon producen, delegando sin control ni seguimiento esta función en su pareja o en una “persona de confianza”. Muchas mujeres sienten que ejercen el control del dinero porque administran los gastos y el sueldo de la pareja, para que cubra las necesidades del grupo familiar. En ninguno de estos casos el dinero es instrumento para poder desarrollar quién queremos ser ni otorga autonomía en la toma de decisiones.  

Culturamente, el discurso dominante, aún en mujeres que han llegado a desarrollar carreras profesionales de alta responsabilidad o crear grandes empresas, es de agradecimiento a sus parejas, quienes les han permitido hacerlo, que les han dado lugar a que trabajen. Esto implica que sigue intacto y latente en cada uno de nosotros que el dinero es patrimonio legítimo del varón y que su carga de “vil metal”, como señala Coria, va contra los rasgos insconscientes de lo femenino con los que fuimos formados: la imagen materna positiva que gira en torno a la entrega y al complacer al otro incondicionalmente. 

Cuestionar estos mandatos, trabajar sobre estos condicionantes inconscientes que nos atraviesan es fundamental para para construir un mundo más inclusivo. Sin este trabajo sobre nosotros mismos, es difícil que las iniciativas en pos de una mayor paridad financiera logren sus objetivos. 

Sin remover las dificultades en el manejo del dinero que arraigan en lo más profundo de lo identitario, las mujeres seguirán contribuyendo de manera no intencional a su propia marginación económica: una marginación que atraviesa los diferentes estamentos sociales y culturales de diversa manera, pero que igualmente impactan en la posibilidad de autonomía.

Por eso, es fundamental que, más allá de crear políticas y servicios financieros con perspectiva de género, se generen espacios de formación y sensibilización en los que podamos construir nuevas formas de subjetividad, nuevas formas de relacionamiento social basadas en la profunda convicción de que vale la pena construir un mundo que no deje a nadie afuera, a nadie atrás, y que esta tarea empieza por nosotros mismos. Como protagonistas de nuestro propio cambio. Como artífices de una sociedad más justa.

TAGS: Banca Women, empoderamiento, sensibilización, perspectiva de género, finanzas personales, economía, tendencias, igualdad de género, bancos, bancarización, Objetivos de Desarrollo Sostenible, ONU

POR: Laura Gaidulewicz
Especialista en desarrollo organizacional y formación de negocios, desde el año 2000 investiga y promueve el liderazgo responsable de las organizaciones y el desarrollo sustentable. Directora de Binden Group, una organización que trabaja con emprendedores y empresarios para crear, profesionalizar, desarrollar y liderar negocios sustentables. Comprometida con la igualdad de género, estudia y trabaja desde el 2010 en el empoderamiento económico de la mujer. 
 

Las mujeres y el dinero

Más allá de los estereotipos de la economía doméstica y la adicta a las compras.

Una mujer debe ser dos cosas: quien ella quiera y lo que ella quiera. 
Coco Chanel

Hoy, hablar de igualdad de género y el empoderamiento económico de la mujer está de moda. Sin embargo, los datos no logran mostrar un avance en términos de paridad de acceso a los recursos económicos, sociales y políticos. El vínculo de las mujeres con el dinero sigue siendo un tema que escapa a la discusión profunda, y los estereotipos de la “buena mujer” la muestran estirando cada peso que entra al hogar para hacerlo rendir al máximo, de manera eficiente y como una sabia economista que sigue los legados de Doña Petrona o Utilísima. Al mismo tiempo, a la que gana su propio dinero, el estereotipo de “mujer independiente” la muestra, aún hoy, al igual que en los noventa: despilfarrándolo en ofertas y descuentos de peluquería, ropa, cosméticos, o cualquier chuchería que aparezca ante sus ojos. 

Sin embargo, como decía la sabia Coco Chanel, el empoderamiento de la mujer es poder elegir quién quiere ser, es decir, qué quiere para sí misma más allá de estereotipos y mandatos. Y eso sólo es posible cuando existe la autonomía económica. 

Pero… ¿por qué es tan difícil para las mujeres lograr esta independencia?

La igualdad de género en la agenda actual

El desarrollo sustentable implica no dejar a nadie fuera ni a nadie atrás. Es una premisa indispensable para lograr un mundo más próspero, que dé oportunidades de desarrollo a cada habitante —independientemente de su origen, género, religión o condición social—, mientras se cuidan los recursos y se protege el medioambiente. 

Por tal motivo, uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible  de la ONU —a los que adhieren muchísimas organizaciones a nivel mundial— es la igualdad de género, que, si bien varía de cultura en cultura y de país en país, es uno de los principales desafíos globales en términos de discriminación en el acceso al poder económico, social y político. 

Los sesgos de género, al estar estructuralmente tan arraigados en todos los ámbitos a través de los siglos, son difíciles de remover, y, para impulsarlos, exigen no sólo acciones a nivel de los gobiernos, sino también el compromiso de la sociedad civil en su totalidad. 

En estos últimos años, mucho se viene trabajando en la eliminación de toda forma de violencia contra la mujer —cuestión indispensable y urgente—, pero también es fundamental poner en primer plano el rol de las mujeres en el acceso a los recursos económicos, y, especialmente, a los financieros

En tanto la participación de las mujeres siga siendo minoritaria en los servicios financieros, tanto en el rol de usuaria como en las mesas de decisión (según Bloomberg, la participación de las mujeres en la administración de fondos y como CEOs de bancos en Estados Unidos no alcanza el 10%, cuestión que se repite en el sector de tecnofinanzas), el crecimiento económico se verá inexorablemente afectado. 

El avance necesario

La posibilidad de acceder a servicios financieros es lo que garantiza que las personas puedan invertir en su desarrollo personal y familiar, y también en la creación y crecimiento de negocios y empresas. Según el Banco Mundial, el desafío es aún muy grande, ya que el 42% de las mujeres (alrededor de 1100 millones de los 2000 millones que no acceden a servicios financieros básicos) está fuera del sistema financiero formal, no posee una cuenta bancaria ni tiene acceso a otras herramientas básicas para administrar su dinero.

La falta de acceso a servicios financieros hace que sea más difícil para las mujeres desarrollar sus proyectos personales y decidir sobre su presente y futuro, lo cual contribuye a un círculo perverso en el que esta independencia económica limitada pone en jaque su autoestima y la posibilidad de toma de decisiones en otros ámbitos, como por ejemplo, la salida de situaciones de violencia intrafamiliar, que requiere del logro de autonomía económica y financiera de la víctima, más allá de las ayudas que provea el estado y la sociedad civil. 

La falta financiamiento también pone en jaque la actividad económica creada y liderada por mujeres. Si bien, en países en desarrollo como Argentina, el Banco Mundial señala que las mujeres son dueñas de un porcentaje significativo de PyMEs, más del 70% no tiene acceso a instituciones financieras o no cuenta con servicios financieros que se adapten a sus necesidades. 

Además de ser un tema de derechos humanos, la plena participación de la mujer en la actividad económica y el acceso a los servicios financieros contribuyen significativamente a una sociedad más próspera. Según un estudio realizado por la Universidad de Harvard, las mujeres tienden a invertir un porcentaje significativamente mayor de su dinero en educación, atención de salud y bienestar de los niños, lo cual impacta de manera directa en la calidad de vida y el desarrollo social de las sociedades. Por otro lado, la participación de las mujeres en directorios genera mayor valor a las compañías y, en este caso en particular, puede favorecer el desarrollo de productos más adaptados a este segmento.

Sin embargo, más allá de los argumentos que podamos esgrimir desde lo que es justo o de lo que es conveniente y redituable, lograr cerrar las brechas financieras requiere de varios tipos de acciones a la vez. Y este camino parace ser bastante empinado y resbaladizo.

¿Cómo lograr una mayor inclusión financiera?

Por un lado, es fundamental contar con datos sólidos con perspectiva de género en el sector financiero tradicional y en el de las “fintech” para ir detectando los principales problemas y monitorear el impacto de las acciones que se realicen para impulsar el cambio.

Los gobiernos y organismos multilaterales tienen un rol crítico al colocar este objetivo al tope de las agendas, con acciones concretas y fondos destinados a impulsar el acceso a servicios financieros, especialmente en lo que hace a emprendedoras y PyMEs propiedad de mujeres.

La banca privada también es un actor central que puede pensar en las mujeres, no sólo como consumidoras de bienes y servicios, sino también como generadoras de riqueza a través de sus actividades económicas.

Pero es fundamental comprender que el cambio empieza por transformaciones profundas de nuestra manera de ver el mundo y de vernos a nosotros mismos y a los demás como personas. Esto implica revisar aquellas cuestiones que consideramos obvias, que creemos que fueron siempre así, para entender que estamos atravesando una transición. 

Como señala Clara Coria en varios de sus estudios, el dinero no es neutro. Por lo tanto, cuando intentamos modificar el acceso al dinero, estamos hablando de modificar las relaciones de poder. Y el dinero en nuestra sociedad es un recurso privilegiado, cuya administración sigue estando mayormente en manos de los hombres. 

Coria diferencia la independencia económica que las mujeres han podido alcanzar (entendida con poder ganar y disponer de dinero) con la autonomía (que apunta al control y administración del mismo). Así, por ejemplo, el poder gastar a discreción con una tarjeta de crédito no otorga poder a una mujer sobre sus decisiones, en tanto sea un adicional del titular, que es quien tiene la información y el control de la cuenta. Tampoco, cuando no han visto (o no saben) dónde se guardan las acciones o administran las propiedades que son parte de la sociedad conyugal, en la que los bienes gananciales son 50% de cada cónyuge —salvo acuerdo pre-nupcial—; o cuando no se ocupan del dinero que las empresas que crearon producen, delegando sin control ni seguimiento esta función en su pareja o en una “persona de confianza”. Muchas mujeres sienten que ejercen el control del dinero porque administran los gastos y el sueldo de la pareja, para que cubra las necesidades del grupo familiar. En ninguno de estos casos el dinero es instrumento para poder desarrollar quién queremos ser ni otorga autonomía en la toma de decisiones.  

Culturamente, el discurso dominante, aún en mujeres que han llegado a desarrollar carreras profesionales de alta responsabilidad o crear grandes empresas, es de agradecimiento a sus parejas, quienes les han permitido hacerlo, que les han dado lugar a que trabajen. Esto implica que sigue intacto y latente en cada uno de nosotros que el dinero es patrimonio legítimo del varón y que su carga de “vil metal”, como señala Coria, va contra los rasgos insconscientes de lo femenino con los que fuimos formados: la imagen materna positiva que gira en torno a la entrega y al complacer al otro incondicionalmente. 

Cuestionar estos mandatos, trabajar sobre estos condicionantes inconscientes que nos atraviesan es fundamental para para construir un mundo más inclusivo. Sin este trabajo sobre nosotros mismos, es difícil que las iniciativas en pos de una mayor paridad financiera logren sus objetivos. 

Sin remover las dificultades en el manejo del dinero que arraigan en lo más profundo de lo identitario, las mujeres seguirán contribuyendo de manera no intencional a su propia marginación económica: una marginación que atraviesa los diferentes estamentos sociales y culturales de diversa manera, pero que igualmente impactan en la posibilidad de autonomía.

Por eso, es fundamental que, más allá de crear políticas y servicios financieros con perspectiva de género, se generen espacios de formación y sensibilización en los que podamos construir nuevas formas de subjetividad, nuevas formas de relacionamiento social basadas en la profunda convicción de que vale la pena construir un mundo que no deje a nadie afuera, a nadie atrás, y que esta tarea empieza por nosotros mismos. Como protagonistas de nuestro propio cambio. Como artífices de una sociedad más justa.

TAGS: Banca Women, empoderamiento, sensibilización, perspectiva de género, finanzas personales, economía, tendencias, igualdad de género, bancos, bancarización, Objetivos de Desarrollo Sostenible, ONU

POR: Laura Gaidulewicz
Especialista en desarrollo organizacional y formación de negocios, desde el año 2000 investiga y promueve el liderazgo responsable de las organizaciones y el desarrollo sustentable. Directora de Binden Group, una organización que trabaja con emprendedores y empresarios para crear, profesionalizar, desarrollar y liderar negocios sustentables. Comprometida con la igualdad de género, estudia y trabaja desde el 2010 en el empoderamiento económico de la mujer. 
 

Las mujeres y el dinero

Más allá de los estereotipos de la economía doméstica y la adicta a las compras.

Una mujer debe ser dos cosas: quien ella quiera y lo que ella quiera. 
Coco Chanel

Hoy, hablar de igualdad de género y el empoderamiento económico de la mujer está de moda. Sin embargo, los datos no logran mostrar un avance en términos de paridad de acceso a los recursos económicos, sociales y políticos. El vínculo de las mujeres con el dinero sigue siendo un tema que escapa a la discusión profunda, y los estereotipos de la “buena mujer” la muestran estirando cada peso que entra al hogar para hacerlo rendir al máximo, de manera eficiente y como una sabia economista que sigue los legados de Doña Petrona o Utilísima. Al mismo tiempo, a la que gana su propio dinero, el estereotipo de “mujer independiente” la muestra, aún hoy, al igual que en los noventa: despilfarrándolo en ofertas y descuentos de peluquería, ropa, cosméticos, o cualquier chuchería que aparezca ante sus ojos. 

Sin embargo, como decía la sabia Coco Chanel, el empoderamiento de la mujer es poder elegir quién quiere ser, es decir, qué quiere para sí misma más allá de estereotipos y mandatos. Y eso sólo es posible cuando existe la autonomía económica. 

Pero… ¿por qué es tan difícil para las mujeres lograr esta independencia?

La igualdad de género en la agenda actual

El desarrollo sustentable implica no dejar a nadie fuera ni a nadie atrás. Es una premisa indispensable para lograr un mundo más próspero, que dé oportunidades de desarrollo a cada habitante —independientemente de su origen, género, religión o condición social—, mientras se cuidan los recursos y se protege el medioambiente. 

Por tal motivo, uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible  de la ONU —a los que adhieren muchísimas organizaciones a nivel mundial— es la igualdad de género, que, si bien varía de cultura en cultura y de país en país, es uno de los principales desafíos globales en términos de discriminación en el acceso al poder económico, social y político. 

Los sesgos de género, al estar estructuralmente tan arraigados en todos los ámbitos a través de los siglos, son difíciles de remover, y, para impulsarlos, exigen no sólo acciones a nivel de los gobiernos, sino también el compromiso de la sociedad civil en su totalidad. 

En estos últimos años, mucho se viene trabajando en la eliminación de toda forma de violencia contra la mujer —cuestión indispensable y urgente—, pero también es fundamental poner en primer plano el rol de las mujeres en el acceso a los recursos económicos, y, especialmente, a los financieros

En tanto la participación de las mujeres siga siendo minoritaria en los servicios financieros, tanto en el rol de usuaria como en las mesas de decisión (según Bloomberg, la participación de las mujeres en la administración de fondos y como CEOs de bancos en Estados Unidos no alcanza el 10%, cuestión que se repite en el sector de tecnofinanzas), el crecimiento económico se verá inexorablemente afectado. 

El avance necesario

La posibilidad de acceder a servicios financieros es lo que garantiza que las personas puedan invertir en su desarrollo personal y familiar, y también en la creación y crecimiento de negocios y empresas. Según el Banco Mundial, el desafío es aún muy grande, ya que el 42% de las mujeres (alrededor de 1100 millones de los 2000 millones que no acceden a servicios financieros básicos) está fuera del sistema financiero formal, no posee una cuenta bancaria ni tiene acceso a otras herramientas básicas para administrar su dinero.

La falta de acceso a servicios financieros hace que sea más difícil para las mujeres desarrollar sus proyectos personales y decidir sobre su presente y futuro, lo cual contribuye a un círculo perverso en el que esta independencia económica limitada pone en jaque su autoestima y la posibilidad de toma de decisiones en otros ámbitos, como por ejemplo, la salida de situaciones de violencia intrafamiliar, que requiere del logro de autonomía económica y financiera de la víctima, más allá de las ayudas que provea el estado y la sociedad civil. 

La falta financiamiento también pone en jaque la actividad económica creada y liderada por mujeres. Si bien, en países en desarrollo como Argentina, el Banco Mundial señala que las mujeres son dueñas de un porcentaje significativo de PyMEs, más del 70% no tiene acceso a instituciones financieras o no cuenta con servicios financieros que se adapten a sus necesidades. 

Además de ser un tema de derechos humanos, la plena participación de la mujer en la actividad económica y el acceso a los servicios financieros contribuyen significativamente a una sociedad más próspera. Según un estudio realizado por la Universidad de Harvard, las mujeres tienden a invertir un porcentaje significativamente mayor de su dinero en educación, atención de salud y bienestar de los niños, lo cual impacta de manera directa en la calidad de vida y el desarrollo social de las sociedades. Por otro lado, la participación de las mujeres en directorios genera mayor valor a las compañías y, en este caso en particular, puede favorecer el desarrollo de productos más adaptados a este segmento.

Sin embargo, más allá de los argumentos que podamos esgrimir desde lo que es justo o de lo que es conveniente y redituable, lograr cerrar las brechas financieras requiere de varios tipos de acciones a la vez. Y este camino parace ser bastante empinado y resbaladizo.

¿Cómo lograr una mayor inclusión financiera?

Por un lado, es fundamental contar con datos sólidos con perspectiva de género en el sector financiero tradicional y en el de las “fintech” para ir detectando los principales problemas y monitorear el impacto de las acciones que se realicen para impulsar el cambio.

Los gobiernos y organismos multilaterales tienen un rol crítico al colocar este objetivo al tope de las agendas, con acciones concretas y fondos destinados a impulsar el acceso a servicios financieros, especialmente en lo que hace a emprendedoras y PyMEs propiedad de mujeres.

La banca privada también es un actor central que puede pensar en las mujeres, no sólo como consumidoras de bienes y servicios, sino también como generadoras de riqueza a través de sus actividades económicas.

Pero es fundamental comprender que el cambio empieza por transformaciones profundas de nuestra manera de ver el mundo y de vernos a nosotros mismos y a los demás como personas. Esto implica revisar aquellas cuestiones que consideramos obvias, que creemos que fueron siempre así, para entender que estamos atravesando una transición. 

Como señala Clara Coria en varios de sus estudios, el dinero no es neutro. Por lo tanto, cuando intentamos modificar el acceso al dinero, estamos hablando de modificar las relaciones de poder. Y el dinero en nuestra sociedad es un recurso privilegiado, cuya administración sigue estando mayormente en manos de los hombres. 

Coria diferencia la independencia económica que las mujeres han podido alcanzar (entendida con poder ganar y disponer de dinero) con la autonomía (que apunta al control y administración del mismo). Así, por ejemplo, el poder gastar a discreción con una tarjeta de crédito no otorga poder a una mujer sobre sus decisiones, en tanto sea un adicional del titular, que es quien tiene la información y el control de la cuenta. Tampoco, cuando no han visto (o no saben) dónde se guardan las acciones o administran las propiedades que son parte de la sociedad conyugal, en la que los bienes gananciales son 50% de cada cónyuge —salvo acuerdo pre-nupcial—; o cuando no se ocupan del dinero que las empresas que crearon producen, delegando sin control ni seguimiento esta función en su pareja o en una “persona de confianza”. Muchas mujeres sienten que ejercen el control del dinero porque administran los gastos y el sueldo de la pareja, para que cubra las necesidades del grupo familiar. En ninguno de estos casos el dinero es instrumento para poder desarrollar quién queremos ser ni otorga autonomía en la toma de decisiones.  

Culturamente, el discurso dominante, aún en mujeres que han llegado a desarrollar carreras profesionales de alta responsabilidad o crear grandes empresas, es de agradecimiento a sus parejas, quienes les han permitido hacerlo, que les han dado lugar a que trabajen. Esto implica que sigue intacto y latente en cada uno de nosotros que el dinero es patrimonio legítimo del varón y que su carga de “vil metal”, como señala Coria, va contra los rasgos insconscientes de lo femenino con los que fuimos formados: la imagen materna positiva que gira en torno a la entrega y al complacer al otro incondicionalmente. 

Cuestionar estos mandatos, trabajar sobre estos condicionantes inconscientes que nos atraviesan es fundamental para para construir un mundo más inclusivo. Sin este trabajo sobre nosotros mismos, es difícil que las iniciativas en pos de una mayor paridad financiera logren sus objetivos. 

Sin remover las dificultades en el manejo del dinero que arraigan en lo más profundo de lo identitario, las mujeres seguirán contribuyendo de manera no intencional a su propia marginación económica: una marginación que atraviesa los diferentes estamentos sociales y culturales de diversa manera, pero que igualmente impactan en la posibilidad de autonomía.

Por eso, es fundamental que, más allá de crear políticas y servicios financieros con perspectiva de género, se generen espacios de formación y sensibilización en los que podamos construir nuevas formas de subjetividad, nuevas formas de relacionamiento social basadas en la profunda convicción de que vale la pena construir un mundo que no deje a nadie afuera, a nadie atrás, y que esta tarea empieza por nosotros mismos. Como protagonistas de nuestro propio cambio. Como artífices de una sociedad más justa.

TAGS: Banca Women, empoderamiento, sensibilización, perspectiva de género, finanzas personales, economía, tendencias, igualdad de género, bancos, bancarización, Objetivos de Desarrollo Sostenible, ONU

POR: Laura Gaidulewicz
Especialista en desarrollo organizacional y formación de negocios, desde el año 2000 investiga y promueve el liderazgo responsable de las organizaciones y el desarrollo sustentable. Directora de Binden Group, una organización que trabaja con emprendedores y empresarios para crear, profesionalizar, desarrollar y liderar negocios sustentables. Comprometida con la igualdad de género, estudia y trabaja desde el 2010 en el empoderamiento económico de la mujer. 
 

Las mujeres y el dinero

Más allá de los estereotipos de la economía doméstica y la adicta a las compras.

Una mujer debe ser dos cosas: quien ella quiera y lo que ella quiera. 
Coco Chanel

Hoy, hablar de igualdad de género y el empoderamiento económico de la mujer está de moda. Sin embargo, los datos no logran mostrar un avance en términos de paridad de acceso a los recursos económicos, sociales y políticos. El vínculo de las mujeres con el dinero sigue siendo un tema que escapa a la discusión profunda, y los estereotipos de la “buena mujer” la muestran estirando cada peso que entra al hogar para hacerlo rendir al máximo, de manera eficiente y como una sabia economista que sigue los legados de Doña Petrona o Utilísima. Al mismo tiempo, a la que gana su propio dinero, el estereotipo de “mujer independiente” la muestra, aún hoy, al igual que en los noventa: despilfarrándolo en ofertas y descuentos de peluquería, ropa, cosméticos, o cualquier chuchería que aparezca ante sus ojos. 

Sin embargo, como decía la sabia Coco Chanel, el empoderamiento de la mujer es poder elegir quién quiere ser, es decir, qué quiere para sí misma más allá de estereotipos y mandatos. Y eso sólo es posible cuando existe la autonomía económica. 

Pero… ¿por qué es tan difícil para las mujeres lograr esta independencia?

La igualdad de género en la agenda actual

El desarrollo sustentable implica no dejar a nadie fuera ni a nadie atrás. Es una premisa indispensable para lograr un mundo más próspero, que dé oportunidades de desarrollo a cada habitante —independientemente de su origen, género, religión o condición social—, mientras se cuidan los recursos y se protege el medioambiente. 

Por tal motivo, uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible  de la ONU —a los que adhieren muchísimas organizaciones a nivel mundial— es la igualdad de género, que, si bien varía de cultura en cultura y de país en país, es uno de los principales desafíos globales en términos de discriminación en el acceso al poder económico, social y político. 

Los sesgos de género, al estar estructuralmente tan arraigados en todos los ámbitos a través de los siglos, son difíciles de remover, y, para impulsarlos, exigen no sólo acciones a nivel de los gobiernos, sino también el compromiso de la sociedad civil en su totalidad. 

En estos últimos años, mucho se viene trabajando en la eliminación de toda forma de violencia contra la mujer —cuestión indispensable y urgente—, pero también es fundamental poner en primer plano el rol de las mujeres en el acceso a los recursos económicos, y, especialmente, a los financieros

En tanto la participación de las mujeres siga siendo minoritaria en los servicios financieros, tanto en el rol de usuaria como en las mesas de decisión (según Bloomberg, la participación de las mujeres en la administración de fondos y como CEOs de bancos en Estados Unidos no alcanza el 10%, cuestión que se repite en el sector de tecnofinanzas), el crecimiento económico se verá inexorablemente afectado. 

El avance necesario

La posibilidad de acceder a servicios financieros es lo que garantiza que las personas puedan invertir en su desarrollo personal y familiar, y también en la creación y crecimiento de negocios y empresas. Según el Banco Mundial, el desafío es aún muy grande, ya que el 42% de las mujeres (alrededor de 1100 millones de los 2000 millones que no acceden a servicios financieros básicos) está fuera del sistema financiero formal, no posee una cuenta bancaria ni tiene acceso a otras herramientas básicas para administrar su dinero.

La falta de acceso a servicios financieros hace que sea más difícil para las mujeres desarrollar sus proyectos personales y decidir sobre su presente y futuro, lo cual contribuye a un círculo perverso en el que esta independencia económica limitada pone en jaque su autoestima y la posibilidad de toma de decisiones en otros ámbitos, como por ejemplo, la salida de situaciones de violencia intrafamiliar, que requiere del logro de autonomía económica y financiera de la víctima, más allá de las ayudas que provea el estado y la sociedad civil. 

La falta financiamiento también pone en jaque la actividad económica creada y liderada por mujeres. Si bien, en países en desarrollo como Argentina, el Banco Mundial señala que las mujeres son dueñas de un porcentaje significativo de PyMEs, más del 70% no tiene acceso a instituciones financieras o no cuenta con servicios financieros que se adapten a sus necesidades. 

Además de ser un tema de derechos humanos, la plena participación de la mujer en la actividad económica y el acceso a los servicios financieros contribuyen significativamente a una sociedad más próspera. Según un estudio realizado por la Universidad de Harvard, las mujeres tienden a invertir un porcentaje significativamente mayor de su dinero en educación, atención de salud y bienestar de los niños, lo cual impacta de manera directa en la calidad de vida y el desarrollo social de las sociedades. Por otro lado, la participación de las mujeres en directorios genera mayor valor a las compañías y, en este caso en particular, puede favorecer el desarrollo de productos más adaptados a este segmento.

Sin embargo, más allá de los argumentos que podamos esgrimir desde lo que es justo o de lo que es conveniente y redituable, lograr cerrar las brechas financieras requiere de varios tipos de acciones a la vez. Y este camino parace ser bastante empinado y resbaladizo.

¿Cómo lograr una mayor inclusión financiera?

Por un lado, es fundamental contar con datos sólidos con perspectiva de género en el sector financiero tradicional y en el de las “fintech” para ir detectando los principales problemas y monitorear el impacto de las acciones que se realicen para impulsar el cambio.

Los gobiernos y organismos multilaterales tienen un rol crítico al colocar este objetivo al tope de las agendas, con acciones concretas y fondos destinados a impulsar el acceso a servicios financieros, especialmente en lo que hace a emprendedoras y PyMEs propiedad de mujeres.

La banca privada también es un actor central que puede pensar en las mujeres, no sólo como consumidoras de bienes y servicios, sino también como generadoras de riqueza a través de sus actividades económicas.

Pero es fundamental comprender que el cambio empieza por transformaciones profundas de nuestra manera de ver el mundo y de vernos a nosotros mismos y a los demás como personas. Esto implica revisar aquellas cuestiones que consideramos obvias, que creemos que fueron siempre así, para entender que estamos atravesando una transición. 

Como señala Clara Coria en varios de sus estudios, el dinero no es neutro. Por lo tanto, cuando intentamos modificar el acceso al dinero, estamos hablando de modificar las relaciones de poder. Y el dinero en nuestra sociedad es un recurso privilegiado, cuya administración sigue estando mayormente en manos de los hombres. 

Coria diferencia la independencia económica que las mujeres han podido alcanzar (entendida con poder ganar y disponer de dinero) con la autonomía (que apunta al control y administración del mismo). Así, por ejemplo, el poder gastar a discreción con una tarjeta de crédito no otorga poder a una mujer sobre sus decisiones, en tanto sea un adicional del titular, que es quien tiene la información y el control de la cuenta. Tampoco, cuando no han visto (o no saben) dónde se guardan las acciones o administran las propiedades que son parte de la sociedad conyugal, en la que los bienes gananciales son 50% de cada cónyuge —salvo acuerdo pre-nupcial—; o cuando no se ocupan del dinero que las empresas que crearon producen, delegando sin control ni seguimiento esta función en su pareja o en una “persona de confianza”. Muchas mujeres sienten que ejercen el control del dinero porque administran los gastos y el sueldo de la pareja, para que cubra las necesidades del grupo familiar. En ninguno de estos casos el dinero es instrumento para poder desarrollar quién queremos ser ni otorga autonomía en la toma de decisiones.  

Culturamente, el discurso dominante, aún en mujeres que han llegado a desarrollar carreras profesionales de alta responsabilidad o crear grandes empresas, es de agradecimiento a sus parejas, quienes les han permitido hacerlo, que les han dado lugar a que trabajen. Esto implica que sigue intacto y latente en cada uno de nosotros que el dinero es patrimonio legítimo del varón y que su carga de “vil metal”, como señala Coria, va contra los rasgos insconscientes de lo femenino con los que fuimos formados: la imagen materna positiva que gira en torno a la entrega y al complacer al otro incondicionalmente. 

Cuestionar estos mandatos, trabajar sobre estos condicionantes inconscientes que nos atraviesan es fundamental para para construir un mundo más inclusivo. Sin este trabajo sobre nosotros mismos, es difícil que las iniciativas en pos de una mayor paridad financiera logren sus objetivos. 

Sin remover las dificultades en el manejo del dinero que arraigan en lo más profundo de lo identitario, las mujeres seguirán contribuyendo de manera no intencional a su propia marginación económica: una marginación que atraviesa los diferentes estamentos sociales y culturales de diversa manera, pero que igualmente impactan en la posibilidad de autonomía.

Por eso, es fundamental que, más allá de crear políticas y servicios financieros con perspectiva de género, se generen espacios de formación y sensibilización en los que podamos construir nuevas formas de subjetividad, nuevas formas de relacionamiento social basadas en la profunda convicción de que vale la pena construir un mundo que no deje a nadie afuera, a nadie atrás, y que esta tarea empieza por nosotros mismos. Como protagonistas de nuestro propio cambio. Como artífices de una sociedad más justa.

TAGS: Banca Women, empoderamiento, sensibilización, perspectiva de género, finanzas personales, economía, tendencias, igualdad de género, bancos, bancarización, Objetivos de Desarrollo Sostenible, ONU

POR: Laura Gaidulewicz
Especialista en desarrollo organizacional y formación de negocios, desde el año 2000 investiga y promueve el liderazgo responsable de las organizaciones y el desarrollo sustentable. Directora de Binden Group, una organización que trabaja con emprendedores y empresarios para crear, profesionalizar, desarrollar y liderar negocios sustentables. Comprometida con la igualdad de género, estudia y trabaja desde el 2010 en el empoderamiento económico de la mujer.